Proyecto escultórico: Serie Mónada
Ensayos

¿Cuánto tiempo es para siempre? A veces, sólo un segundo

Proyecto escultórico: Serie Mónada

La apariencia del mundo real

“Como resultado de su descubrimiento del cálculo diferencial, cuyas operaciones implicaban valores continuamente decrecientes hasta lo infinitesimalmente pequeño, Leibniz llegó a pensar que las cosas consistían, en última instancia, en puntos infinitesimalmente pequeños que no tenían atributos ni de espacio, ni de tiempo. A esos puntos, los llamó mónadas”[1]

Paul Strathern


Para la serie escultórica Mónadas, se proponen una serie de esculturas monumentales, donde cada pieza es considerado una unidad –mónada viene del griego monas: unidad-. Cada pieza vendrá acompañada de evidencias: bocetos, gráficas, imágenes y modelos a escala que complementan cada elemento, también llamadas mónadas.  

El concepto de mónada ideado por Leibniz, proporciona a cada pieza el sentido metafísico que es debido concederle de acuerdo a los fines de este proyecto. Si bien, el matemático y filósofo originario de Leipzig (1646-1716) pudo elaborar un complejo sistema de pensamiento cuyo derrotero natural podía ser la ciencia, se decantó por conceptos que desde la metafísica abarcaron la demostración lógica de la existencia de Dios, de las almas y de la realidad desde unidades invisibles. Este proyecto escultórico parte de la mónada como unidad mínima desde donde se aglutina todo un sistema de individualidades que, sin embargo, constituyen todas juntas el tejido básico del que parte el conocimiento universal y desde el que conocemos la realidad.  

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En acuerdo a Leibniz, “las mónadas son simples, no pueden tener extensión y, por consiguiente, no son materiales … el mundo está formado por un número infinito de puntos metafísicos; pero puesto que estos puntos son metafísicos, no puede haber entre ellos interacción física. No están sujetos a las leyes de causa y efecto; no hay causalidad entre ellos, a pesar de lo que nos parece que ocurre en el mundo material. La aparente interacción de las mónadas que componen el mundo es el resultado de la armonía preestablecida que existe entre ellas, al margen de su unicidad, y que ha existido desde que su sustancia fue creada por Dios. A partir de entonces, los cambios ocurridos en el estado de cada mónada individual son causados por el estado precedente de dicha mónada. Cada una está sujeta a su propia cadena de causalidad y a su propia potencia, y permanece en concordancia con todas las otras mónadas debido a la armonía prestablecida en el universo: el Horlogium Dei (Reloj de Dios).”[2] 

Tomando este concepto como una metáfora, los vacíos solidificados de esta serie, describen unidades espaciales que en su devenir detonan el potencial de presente y futuro, aglutinando almas para un fin determinado, no siempre percibido, donde lo importante no es la materia, sino la energía emanada de dicho espacio. Leibniz “concebía a las mónadas como si fueran iguales a las almas: metafísicas, inmortales y cada una de ellas única. Sin ventanas, no permiten permear el exterior, pero al mismo tiempo cada una de ellas refleja el universo, existen juntas en una jerarquía exhaustiva, algunas con un grado más alto de consciencia que reflejan el universo de manera más clara y distinta”[3] en perfecta descripción de lo que implica ser uno solo partiendo de sustancias siempre distintas entre sí. Así, para este discurso, se eligen como vacíos seminales, centros ceremoniales, lugares de reunión, espacios que adquieren sentido cuando son vehículos de una energía conjunta; y que desde una abstracción material sólida siguen teniendo conexión con las personas y con el universo -con otras mónadas-, buscando para cada escultura monumental ubicaciones y orientaciones que dialoguen con el sol y las estrellas, como ese Horlogium Dei descrito por el filósofo, como los centros ceremoniales en su origen. Este doble, a la vez permite la visualización del original y la consciencia de la importancia metafísica de dicha sede. Ya que, si “toda mónada contiene dentro de ella la potencia de su vida entera en el universo”, se permite activar a través de la visibilidad de cada mónada-monumento, impermeable en su unicidad, la visión de una realidad en la que el conjunto de piezas es una nueva forma de realidad compartida y percibida, que a su vez reactiva esa energía colectiva, vital y trascendente. 

Y es que, el pensamiento metafísico de Leibniz intuye la teoría científica actual materialista: el mundo material consiste en partículas y campos inmateriales, del que solamente se capta la apariencia de la realidad, constituida de materia y energía. Solamente es la apariencia del mundo, pero la realidad no está en el mundo platónico de las ideas, sino aquí mismo, en esa misma apariencia, donde ese conocimiento depende enteramente de nuestros sentidos, especialmente de la vista. Por ello, hacer visible el espacio, y desde esa experiencia nueva de percepción, generar una nueva experiencia con ese espacio y permitir entender desde dónde se parte para la creencia de que el mundo real es como lo vemos, es vital. Es necesario tomar en cuenta que incluso nuestra percepción extendida -microscopios, telescopios, cámaras-, sigue siendo una extensión de la misma visión que no permite apreciar aspectos del mundo que escapan a ese sentido. 

“La realidad última ahí afuera, no tiene porqué adaptarse a nuestro aparato perceptivo”[4]. No tenemos forma de saber qué se percibe de ese todo…pero se puede hacer un juego perceptivo, en el que el pensamiento colectivo a partir de cada mónada, devuelva esa energía indispensable a partir del aparente vacío. 

Aparente vacío...

Las observaciones sugieren que el universo surgió del vacío, 
pero no de uno como el que describe nuestra concepción clásica del vacío, 
sino de un falso vacío.

Gottfried Leibniz.

Desde las teorías de la física contemporánea, el tiempo y el espacio están ligados creando la estructura de la realidad: La relatividad del tiempo y del espacio significa que tanto uno como el otro dependen del observador.  Para la física cuántica, el observador también determina el comportamiento de partículas a nivel subatómico con el simple hecho de observar y elegir de entre todas las opciones un marco particular, generando así una realidad específica. Así, nuestras vidas transcurren en una especie de falso vacío a la espera de ser concretado por el observador. 

El espacio que generamos a través de la observación, el punto de partida para la visión de cada cuál que, comúnmente denominamos perspectiva, es un acto absolutamente íntimo y personal. Compartir el punto de vista o la propia perspectiva es la metáfora visual que utilizamos para acordar en una realidad particular, a sabiendas de que es necesario conciliar diferentes realidades para consolidar un campo semiótico y encontrar sentido: consensuar, conceder, resignar.  

En el caso del espacio arquitectónico, éste suele crear nuestra realidad más inmediata, pero habitamos dentro de la arquitectura, utilizando en realidad un vacío, en el que todos nuestros sueños se vierten. No somos plenamente conscientes de ello y, por lo tanto, no le reconocemos como es debido. Normalizamos que la arquitectura, lo construido, es lo esencial, y tomamos el vacío como la paja, lo que no es importante, lo que sobra. No profundizamos en el binomio contenedor/contenido, pero lo que llamamos contenido es justo el vacío que conocemos como la realidad que elegimos habitar y que, nos hace ser como somos. Si modificamos ese vacío, modificamos la realidad que elegimos, y desde ahí lo que nosotros mismos somos. Y esto es mucho más poderoso de lo que concebimos.  

La serie escultórica Mónadas -término tomado del filósofo y matemático Gottfried Leibniz (Leipzig, 1646-Hannover, 1716)-, pretende hacer visible lo invisible, porque tenemos la tendencia a valorar solamente aquello que tenemos la facultad de ver o considerar como relevante, y pasar por alto lo invisible, el detalle, lo aparentemente irrelevante, que en la gran mayoría de los casos nos permite leer lo verdaderamente humano: los usos, las costumbres y los rituales que se desprenden del espacio habitado y que conforman el habitus. El objetivo literal de la obra es concretar el vacío, a partir de referentes arquitectónicos de la historia de la cultura, dándole importancia al contenido, dejando de lado al contenedor, para detonar la reflexión sobre lo nuevo visible. Este ejercicio se puede trasladar de la arquitectura a los gobiernos, a las sociedades, a las ideologías, al campo de las creencias, al mismo ser humano, donde hoy en día la apariencia, la imagen, lo visual lo es todo. 

En la era de la cultura visual digital, la perspectiva parte de espejismos. Aquello que no nos permite ver lo oculto, lo verdaderamente esencial, lo que aún es humano y por lo tanto trascendente.

 

Mónada como umbral

“Alicia: ¿Cuánto tiempo es para siempre? 
Conejo blanco: A veces, sólo un segundo.“

Lewis Carroll

 

Para explicaar el aspecto de vacío aparente, y volviendo al tema espacio tiempo, es importante la asignación de cadaa Mónada como umbrales de silencio absoluto; una característica más de esta serie de esculturas.

Partiendo de que el tiempo es relativo, y de que la realidad dependerá siempre del punto de vista desde dónde se observa, cada propuesta de Mónada invita a reflexionar sobre la idea de que cada momento que vivimos es eterno, porque aunque el tiempo es cíclico, funciona como rizoma, no nos es posible vivir de nuevo un solo instante en el mismo espacio-tiempo. Pasado y futuro solamente se encuentran dentro de nuestra mente, teniendo como tiempo palpable solamente el presente; concepto que rara vez aquilatamos. Esta serie de piezas escultóricas decide usar como metáfora del momento tiempo- espacio el silencio. El silenciio como materia prima para el corazón de cada pieza, para hacer presente…el presente.

Como pieza escultórica, la Mónada es la representación del vacío de diversos centros ceremoniales, cuya energía es parte de la misma. Es por ello que cada pieza está planteada como Tori -que etimológicamente significa entrar o pasar-, umbral de la religión sintoísta que simboliza la puerta principal al mundo espiritual, indicando la separación del espacio sagrado y el profano. Al dividir los volúmenes generados por el vacío aparente, en dos o más piezas, se genera un espacio de tránsito, un portal a una zona de silencio absoluto, para la percepción de la manifestación del momento presente y a la vez infinito. El centro de la pieza simboliza el presente suspendido, la eternidad, el momento cero donde todo empieza, y donde todo termina.

La intención es que conforme más cerca del centro se encuentre el participante, se perciba que, poco a poco, se apagan los sonidos ambientales hasta llegar al silencio total. El silencio es algo que ya no es precibido. El ruido cotidiano se ha convertido en un falso confort, en un colchón que separa materia y espíritu. Cada Mónada aísla al participante no solo el ruido acústico, sino también el ruido visual, para la experimentación del silencio total, del tipo de silencio que permite entablar una conversación interior, y arquirir conciencia de nuestra existencia verdadera, efímera, vulnerable y a la vez grandiosa. 

 De nuevo, comprender que lo invisible es siempre más importante que lo visible. Observar el propio punto de vista. Si al final del día, eso que llamamos realidad no es más que la concepción entera de un universo individual, y esa concepción es un relato propio que siempre maquilla toda la información que se digiere, para mayor tranquilidad, para enmascarar el miedo a la soleadad frente al vacío, determinar el peso del propio observador interior para descubrir que ese vacío…solamente es aparente.

Mario Plasencia Sashida
Grisell Villasana Ramos
Ciudad de México, 2021

 

[1] Strathern, Paul. Leibniz. Biblioteca 90 Minutos. Editorial SXXI. Madrid, España. 2004. P26.
[2] Idem. PP40-41. 
[3]
Strathern. Op. Cit. P43
[4]
Idem. P48.

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