Curaduría y museografía

“Nuestra admiración al héroe, difícilmente nuestro cariño al conquistador”.

El encuentro de dos culturas: Moctezuma y Cortés

Museo iconográfico del Quijote, Guanajuato, Guanuato.
“Las mentes de los españoles no eran como las nuestras. Suspensamientos surgen como la saeta surge de la ballesta. Los nuestros vacilaban,brillaban tenuemente como las luciérnagas; nosotros oíamos voces que losespañoles no percibían, veíamos visiones ante las cuales ellos estaban ciegos.Nuestros cuerpos podrían abrazarse y unirse, cada uno podría aprender la lenguadel otro, pero nuestras mentes permanecerían separadas, hasta que llegara quizá,una nueva generación que habríamos creado juntos y que traería la unión.Envidié a esos niños que aún no habían nacido, imaginando su unidad, y sinsospechar nunca que, en algunos de ellos, no habría dos naturalezas convertidasen una sola, sino dos naturalezas en guerra dentro de sí mismos, enemigas hastala muerte.”

LaMuerte del Quinto Sol
Robert Somerlott[1]

“La historia tiene la realidad atroz de una pesadilla; la grandeza delhombre consiste en hacer obras hermosas y durables con la sustancia real de esapesadilla. O dicho de otro modo; transfigurar la pesadilla en visión,liberarnos, así sea por un instante, de la realidad disforme por medio de lacreación”.

OctavioPaz
El Laberinto de la Soledad[2]


[1] Somerlott, Robert. La muerte del Quinto Sol. Editorial Roca, Colección Novela Histórica.México, 1991. P334.

[2] Paz, Octavio. El laberinto de la Soledad. Editorial del Fondo de Cultura Económica. ColecciónPopular. México, 1999. P114.

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El próximo abril, se cuentan quinientos años de la llegada de Cortés al territorio mexicano, hecho que desencadenará la caída de México-Tenochtitlan, la ciudad-estado más poderosa de Mesoamérica, y con ello el inicio de una nueva visión de mundo que, traslapando dos culturas complejas, a la vez similares y contrastantes, se constituirá primero como la Nueva España y más tarde como México. 

La epopeya, sin embargo, no comienza aquel día, como no termina con la captura de la gran ciudad. Drama relatado desde diversos ángulos y protagonistas, por propios y extraños, fascinante por sus aristas costumbristas, y hechos heroicos y trágicos, tendrá como actores a varios personajes históricos, aún vivos en la cultura popular de ambos países, cuyo nudo central será el acercamiento, discurso diplomático y, finalmente, encuentro de dos figuras clave, representantes de dos cosmogonías que participan de un mismo tiempo-espacio: el conquistador, Capitán general y justicia mayor del recién fundado ayuntamiento de la Vera Cruz, Hernán Cortés, al mando de un pequeño ejercito de españoles, y frente al conquistador, el líder de los conquistados, el Huey-Tlatoani Moctezuma, el guerrero-sacerdote-rey al frente del Imperio Mexica.

Para comprender cabalmente la importancia del momento histórico, el encuentro entre Cortés y Moctezuma, el momento del “verdadero descubrimiento de América”[3], y la consecuente capitulación de un dominio tan vasto, poblado y rico, a las demandas de un puñado de españoles, es necesario ahondar en las características del territorio conquistado, y más allá de las diferencias siempre aludidas, a las muchas similitudes que permitirán la asimilación de las dos culturas que coluden.

Cuando las huestes de Cortés arriban a las costas de lo que ahora conocemos como México, el territorio que se presenta ante ellos aún no es una nación -como no lo es aún la España recién conformada-, sino una amalgama de pueblos heterogénea y multicultural, pero con un grado alto de organización política, religiosa y económica, que les aglutinaba en una cultura más o menos homogénea a pesar de las constantes querellas que los dividían. Organizado en diversos atlepetl, voz náhuatl que se tradujo al castellano como señorío, un equivalente, en términos administrativos, de dicho concepto en Europa -y que también puede ser interpretada como pueblo- se definía como un territorio organizado en una comunidad-reino, con una cabeza visible, linajes gobernantes, términos jurisdiccionales y territorios más o menos delimitados. “Había señoríos simples, de una sola localidad, relativamente cerrados y poco estratificados, y los había plurales, cosmopolitas, con asentamientos complejos y ricos en jerarquías sociales … con la plurietnicidad como uno de sus rasgos más importantes … organizaciones políticas, identificables como pequeños estados, más desarrollados, estables y complejos que las simples tribus, clanes o jefaturas que había, por ejemplo, en las islas del Caribe o al norte de Mesoamérica.”[4] La zona de reciente dominación por el Imperio Mexica, y aún en una etapa de consolidación, se conocía como el Reino de los mil quinientos señoríos, para el que México-Tenochtitlan, era el más importante, rico y estratificado de todos ellos. 

Aunado a lo anterior, es importante hacer notar que la sociedad mexica estaba organizada en un estado teocrático-militar, donde la religión ocupa el centro ideológico del sistema, la guerra y conquista de los pueblos aledaños, inclusive, es también un asunto religioso. Mesoamérica será un territorio donde diversas culturas madre -olmecas, toltecas, teotihuacanos- generadas al sur del mismo, serán absorbidas y actualizadas por tribus nómadas del norte -como los mexicas- que asimilarán y actualizarán dichas cosmogonías eminentemente religiosas y las llevarán a un nuevo esplendor económico. Los mexicas, en particular, habían obtenido recientemente, mediante guerras o negociaciones, el sometimiento de las ciudades estado circundantes, todas ellas subyugadas por medio del pago de tributos e impuestos, a veces excesivos, de acuerdo con el grado de rebeldía del señorío en cuestión, o controladas por alianza política de los mandatarios o tlatoque a cargo -voz plural para tlatoani, o el que habla en náhuatl- o bien, por medio de recientes guarniciones militares de vigilancia, muchas de ellas aún en construcción. También había territorios rebeldes, todavía no sometidos, como el orgulloso pueblo tlaxcalteca, cuya rivalidad y rencor para con los mexicas era proverbial, aumentada por un bloqueo económico por parte de los conquistadores y una bien planeada muralla por parte del ejército acosado. Es decir, el Imperio Mexica aún no estaba en el cenit de su poder cuando los españoles arriban al territorio, cuestión que será ampliamente aprovechada por Cortés para sus fines. 

Por otra parte, como era natural a un estado teocrático, al margen de la dominación política, la unificación religiosa era un tema fundamental para el que los mexicas tomaban diferentes acciones aún en proceso de implementación. “El rasgo más acusado de la religión mexica en el momento de la conquista es la incesante especulación teológica que refundía, sistematizaba y unificaba creencias dispersas, propias y ajenas. Esta síntesis no era el fruto de un movimiento religioso popular … sino una tarea de una casta, colocada en el pináculo de la pirámide social. Las sistematizaciones, adaptaciones y reformas de la casta sacerdotal reflejan que en la esfera de las creencias también se procedía por superposición -característica arquitectónica de las ciudades prehispánicas-. Del mismo modo que una pirámide mexica recubre a veces un edificio más antiguo, la unificación religiosa solamente afectaba a la superficie de la conciencia, dejando intactas las creencias primitivas”.[5] Este tema será fundamental para la implementación de la nueva religión en las negociaciones realizadas con los españoles a su llegada, presunto fundamento de toda la acción de los europeos en los dominios americanos.

Cortés, por su parte, sale de la isla de Santiago de Cuba, con cerca de 600 hombres[6] que constituían un ejército privado, es decir, donde los integrantes de la expedición aportaban -los que podían hacerlo- sus propios medios para la contienda -caballos, armas, algunos pertrechos- esperando a cambio conseguir para sí, tierra o botín económico. Sin aval del Gobernador local -en este caso de Cuba-, pero invocando en todo momento la obediencia a Carlos V, habiendo establecido un ayuntamiento de ultramar que daba legitimidad a la empresa al margen de otra autoridad, con el fin de sembrar la verdadera religión y con la esperanza de tesoros, la Conquista de México se lleva a cabo en el nombre de España, bajo casi los mismos lineamientos que los mexicas utilizaron para subyugar el mismo territorio bajo su mando. Justo es decir que “lo más plausible es que la penetración española no fuera percibida por las diferentes ciudades-estado como una invasión -después de todo los españoles eran solamente unos cuántos- sino como un sorpresivo acontecimiento que presentaba opciones aceptables frente a los aspectos más críticos de la política mesoamericana. La sumisión al Rey Católico -que en ese momento no podía ser más que una vaga imagen- ofrecía a cada señorío subsistencia y continuidad a cambio de ciertos actos rituales y cierta cantidad de productos o servicios.”[7] Nada nuevo, ni difícil de realizar, e incluso atractivo para tlatoques cansados de los altos impuestos de los mexicas -que además exigían una cantidad creciente de ofrendas en sacrificio y que para los españoles era inadmisible-, es por ello que al paso de Cortés, este pudo lograr alianzas importantes, algunas más difíciles que otras, algunas no sin batalla, como la de los tlaxcaltecas, pero que finalmente se realizaban en el marco de la liberación de esos pueblos del yugo mexica. El cambio de orden y la ruptura histórica que se daría tras la toma de México-Tenochtitlán era prácticamente inimaginable para los pobladores mesoamericanos. No podían concebir algo que jamás habían conocido, ni podían haber imaginado los mecanismos de eso que los españoles llamaban descubrimientos y conquistas y que los historiadores definen hoy como la era de la Expansión Imperial, con todos los fines civilizatorios, nobles e innobles que esto implicaba.

Siguiendo el mismo orden de superposición, los señoríos dominados por Cortés no fueron desmantelados, sino que conservaron sus mandos, desplazando si acaso, a los lideres vencidos por los enemigos de los enemigos, que nunca faltaban tras un proceso de adjudicación forzosa como el que la mayoría de los pueblos había sufrido bajo el mandato mexica. Y es que fuera de mitos existentes -los pueblos mesoamericanos sabían que los españoles no eran dioses, que tanto ellos como sus caballos y sus perros, aunque ciertamente nunca vistos, podían morir en el ataque, y que sus móviles podían ser increíblemente humanos, arreciados por la codicia o la lujuria, o el miedo y el fanatismo, de sobra sufridas previamente[8]-, a sabiendas de que los recién llegados tenían una tecnología de guerra muy superior a la propia, la conquista que siempre se dice como una ruptura con el pasado, en realidad se construyó de continuidades clave, casi tan importantes como los cambios; ese es el genio maquiavélico de Cortés. “La esencia de la conquista española radica precisamente en ello: casi todos los señoríos subsistieron como cuerpos políticos y unidades corporativas durante la primera época colonial, y un gran porcentaje de los tlatoque y los nobles permanecieron en sus posiciones de privilegio, recibiendo gran parte de los tributos y servicios que les correspondían y que se contaban aparte de los pagados a los dominadores … incluso la posición relativa de la gente ordinaria dentro de los señoríos tampoco se alteró”, esto sucedió y se fue deteriorando, cada vez más, en tiempos posteriores, en los que ocurrirían cambios significativos, pero ya bajo el nuevo orden del virreinato, habiendo terminado el periodo de los primeros ajustes. 

Lo verdaderamente determinante será la victoria sobre la gran ciudad, México-Tenochtitlán, para la que es necesario tomar en cuenta el bagaje militar de Cortés -con estrategias como el combate a distancia y el cerco anfibio, desconocidas por los mesoamericanos- contra la cultura de guerra de los mexicas, que “no hacían la guerra para matar, sino para tomar prisioneros y ofrecerlos en sacrificio”[9], y su muy occidental forma de diplomacia frente a las acciones aparentemente erráticas pero profundamente simbólicas de un Moctezuma que, habiendo sido guerrero y sacerdote, el “temible guerrero que había ampliado los confines de su imperio”[10], sabía que Cortés no era un dios,  pero reconocía en él y la llegada de los suyos, el fin de un tiempo cíclico, previamente anunciado, al que no le quedaba más que rendirse de la forma más digna posible, porque a diferencia de sus coetáneos, él era capaz de intuir que el futuro histórico del que los extranjeros formaban parte difícilmente se podría vencer[11]: no a ese puñado de españoles, sino al Imperialismo europeo que representaban -como sus oráculos le señalaban-. “Con toda su amplia ventaja cultural y tecnológica, si Cortés no hubiese contado con los tlaxcaltecas, la conquista hubiese sido imposible … si posteriormente Cuitlahuac y Cuauhtémoc -los últimos Tlatoanis mexicas-, hubiesen recibido la ayuda del poderoso Reino Tarasco, la conquista hubiera sido imposible … si la epidemia de viruela, que militaba del lado español, no hubiese minado de tal forma la población mexica, la conquista hubiera sido imposible… pero cabe imaginar que muerto Cortés en los ataques finales y siendo derrotadas sus huestes, seguramente que el Imperio Español hubiese atacado de nuevo … quizá, encontrado esta vez un enemigo unido, consciente de una invasión, adueñado parcialmente de una nueva tecnología … en ese caso, entonces, la conquista se habría diferido años o decenios, y probablemente tomado una configuración insospechada”[12], pero muy seguramente hubiese finalmente sucedido y confirmado el fin del mundo como los mexicas lo conocían, como Moctezuma daba por hecho que acontecía.

Así pues, el encuentro de ambos personajes, el encuentro simbólico de dos mundos -precedido por una serie de actos diplomáticos que buscaban, por parte de Cortés, el establecimiento de una estrategia y el conocimiento de causa del rival, mientras que por parte de Moctezuma, las señales de un desistimiento de la empresa, los signos del debilitamiento de una profecía que, por medio de argucias y dificultades todas, podría dejar de hacerse realidad-, se lleva a cabo, por fin, a la llegada de la caravana del ejército español a la ciudad-estado más importante de Mesoamérica, desde los Llanos de Apán y Texcoco hasta el centro ceremonial del gran Imperio Mexica, abierta de par en par a los extranjeros, por órdenes del Gran Rey -y con el recelo absoluto de nobles y militares del reino-, quién acudió a la cita expresando la capitulación del reino en favor de Cortés y de Carlos V. 

“El primer ministro de Moctezuma, el formidable y astuto Mujer Serpiente, había sido designado como nuestro guía, y ataviado con una espléndida capa de plumas de flamenco, propias de la estación, iba al frente de un grupo de nobles para escoltarnos por los caminos elevados sobre el agua, que eran caminos de piedra trazados por encima de los lagos y que cruzaban unos con otros; eran el único paso posible entre la tierra firme y las islas que constituían la ciudad, caminos lo bastante anchos para que pudiera marchar por ellos una columna de cuatro hombre en amplitud … así siguió nuestra caravana, cuatrocientos españoles y dos mil hombres de otras razas … pasamos por las dos torres fortificadas que guardaban el cruce de los caminos de piedra. Doña Marina, marchaba como de costumbre junto a Cortés. Detrás de él iban otros once jinetes, y a su derecha andaban Aguilar y el Padre Olmedo, blandiendo cruces y cantando rosarios … pasamos los primeros puentes de madera, entre los muchos que podían ser retirados de los caminos para impedir la entrada a la ciudad, o para convertir las islas en una cárcel, para los enemigos que ya estuvieran dentro … De repente sonaron cuernos y tambores. Mil nobles aztecas salían de la ciudad, y avanzaban a nuestro encuentro con paso mesurado llevando en alto el trono de Moctezuma sobre una plataforma alfombrada, y con el Portavoz en persona, sentado allí. Una avanzada iba cubriendo de flores el camino real. Nuestra escolta mexica, se adelantó apresuradamente para rendir homenaje al Portavoz y, cuando vio que la multitud abría paso y que el trono descendía de nivel, Cortés desmontó. Pude ver por un instante a Moctezuma, antes de que volvieran a rodearle los príncipes que le acompañaban, vi a un hombre de mediana edad, vestido con una túnica de blanco puro, como un sacerdote de Serpiente con Plumas. No llevaba su corona de oro del Sol, pero usaba sandalias con suelas doradas para que pudieran andar, en rayos de sol. Llevaba un solo collar de jade y ópalos. Cortés aparecía aún más regio, son su armadura brillante, algo nuevo para los observadores, y su yelmo resplandeciente, como espejo recién pulido. Sobre él, llevaba cinco rizadas plumas, de color blanco brillante ... La armadura parecía ser parte de su propio cuerpo; como una criatura cubierta de plata. Cuando Cortés vio que Moctezuma se acercaba a pie, se adelantó impulsivamente con los brazos abiertos para abrazar a Moctezuma, un gesto que abarcaba la ciudad entera, el mundo, y la gente que en él habitaba … Pero dos de los príncipes que le acompañaban -Cuitláhuac, uno de ellos-, se adelantaron precipitadamente para impedir ese saludo, Moctezuma era literalmente intocable -siendo sacrilegio el hacerlo-, pero era algo más que el sacrilegio lo que ambos escoltas temían; estaban aterrorizados por su rey. Cortés vaciló … Eran dos mundos los que se encontraban: el mundo del presente, personificado en Moctezuma y sus nobles, en los templos que se elevaban detrás de ellos; en Cortés se hallaba el mundo del pasado vuelto a la vida, el mundo de Serpiente con Plumas en Tula … Moctezuma sentía lo mismo, expresando con sus palabras cuando saludó a Cortés…”[13]:

“Señor nuestro: te has fatigado, te has dado cansancio: y ya a tu tierra has llegado. Has arribado a tu ciudad: México-Tenochtitlán. Aquí has venido a sentarte en tu solio, en tu trono. ¡Oh! Por tiempo breve te lo reservaron, te lo conservaron, los que ya se han ido, tus sustitutos … Ha cinco, ha diez días yo estaba angustiado: tenía fija la mirada en la Región del Misterio. Y tú has venido entre nubes, entre nieblas. Como que esto era lo que nos habían dejado dicho los reyes, los que rigieron, los que gobernaron tu ciudad: Que habrás de instalarte en tu asiento, en tu sitial, que habrías de venir acá … pues ahora se ha realizado, con grandes fatigas has llegado, con afán viniste. Llega a la tierra: ven y descansa; toma posesión de las casas reales; da refrigerio a tu cuerpo. ¡Llegad a vuestra tierra, señores nuestros!”[14] 

“Intercambian entonces los regalos, Cortés se quita el collar que lleva de perlas y abalorios, perfumado con almizcle. El obsequio se coloca sobre las plumas, en su mayoría verdes de la capa de Moctezuma, quien, con un movimiento de cabeza, dio la orden de que trajeran su obsequio, mientras comenta en voz alta ‘Me parece que estoy soñando’. Tres hileras de pendientes de oro de una serie de conchas y pececillos para ese que partió por donde sale el sol, más allá del océano … Y se ponen en marcha, cada uno con su collar por el camino sagrado. Moctezuma al frente, con el otro dignatario. Cuitláhuac, atrás, al lado de Cortés, que saluda al pueblo mexica con la mano. Avanzan con lentitud: Moctezuma sigue soñando al frente de este ejército, seguido por el ejército de miles de tlaxcaltecas, atónitos de encontrarse ahí. Nadie da crédito a lo que está sucediendo. Ni siquiera los castellanos. Temen una trampa. Pero cada uno sigue a Moctezuma, arrastrado por su sueño, no como si entraran en Tenochtitlán, sino en la quimera de un hombre. Cuatro porteadores transportan la litera del Tlatoani, más allá otros esclavos se adelantan a sus pasos. Barren el suelo que el emperador va a pisar … Moctezuma entrega su ciudad … una vez en la gran plaza, Moctezuma acecha el rostro de Cortés, mientras penetra sin saberlo, en el recinto sagrado. Moctezuma busca una señal. Cambian de rumbo frente al palacio del emperador Moctezuma, que se yergue al lado, se dirigen hacia el gran templo de Huitzilopochtli, caminan a lo largo de éste y lo dejan atrás. Enseguida pasan frente al de Tezcatlipoca, y llegan finalmente al del dios Quetzalcóatl. Es el más pequeño de todos. El único redondo a fin de que el viento corra y gire en espiral, sin chocar contra un ángulo. Es el único templo adornado. Cortés no advierte nada. Nuestros cultos no existen para él … Moctezuma conduce a Cortés al palacio de su padre … casi en el lado opuesto de la gran plaza … cruzan el gran patio que conduce a la entrada … le ofrece la residencia y regresa a su palacio transportado en litera.[15]

A partir de este momento, los hechos se suceden en la forma de un devenir casi insostenible: En la aparente calma de un espacio cotidiano de convivencia, Cortés y Moctezuma comparten tiempo, conversaciones, juegos de mesa, comidas, paseos…inquietudes y estrategias; ante el atónito estupor de los que les rodean. “Desde su obediencia al primer agüero, Moctezuma abre una especie de hueco histórico … quedando en una posición extraña para él: la posición del que espera. Cortés es el hombre que acude a la cita y sabe llenar el vació”[16]. Mientras Moctezuma piensa que los dioses les han abandonado y trata de hacer tiempo para generar una respuesta coherente, Cortés discurre una idea genial: “Moctezuma gobernaría a los mexicas, mientras Cortés gobierna a Moctezuma”[17]. El Tlatoani es víctima de la amistad que comienza a sentir por Cortés, creando una dependencia involuntaria, mientras que el conquistador, se detiene en sus verdaderas intenciones ante la curiosidad, que también se aúna a un creciente y curioso afecto, generando una convivencia sui generi de la que se conocen algunos matices: “una misteriosa convergencia les unió desde el primer momento: querían pensarse, descifrarse el uno al otro”, la tentación de conocer el otro lado del espejo a través de sus respectivas personas fue demasiado fuerte para ambos. Con consecuencias mucho más costosas para Moctezuma, que fue visto por los suyos, de forma injusta, como un traidor, aunque las huestes de Cortés tampoco entendían muy bien qué estaba pasando. De pronto Cortés intentaba una conquista sin batalla, Moctezuma una cesión sin ruptura, ambos recelosos del comportamiento de las huestes del contrario, pero a la vez conteniendo a los suyos. La tensa calma se rompe con una noticia que desequilibra el frágil balance establecido por los dos lideres: otro ejército español ha llegado a las costas, y viene a reclamarle a Cortés que se encuentre representando al Imperio Español sin el consentimiento de la autoridad más cercana, el Gobernador de Cuba. Tanto españoles como mexicas pierden toda compostura, ambos bandos realizan acciones sin el consentimiento de sus respectivos mandatarios, desencadenando un derramamiento de sangre mexica, en la matanza de los nobles, que de forma irreversible desata el odio que se verá reflejado en los sucesos de la huida española en la noche triste

“De julio de 1520 a agosto de 1521 la Guerra por la Conquista de México -como Cortés mismo bautizó a toda su empresa-, una de las grandes epopeyas militares de la historia, consistió básicamente en el sitio de la ciudad hasta que, materialmente destruida, se rindió por hambre y enfermedades. Aún así, no fue tarea fácil. Cortés dependió de refuerzos constantes y tuvo que construir pequeños bergantines -otra de sus genialidades- para imponer su dominio sobre el entorno lacustre de la ciudad”[18]. Fue en una de esas embarcaciones que se captura a Cuauhtémoc, el simbólico 13 de agosto de 1521, el último gran Tlatoani mexica -sucesor de Cuitláhuac, designado a la triste muerte de Moctezuma tras la matanza de los nobles- y se da por caída la resistencia. La otrora sede de los grandes conquistadores, pasaba a ser una ciudad conquistada. 

La deferencia de ambos actores estuvo basada en la creciente mutua admiración, Cortés no era un conquistador vulgar, tenía la preparación universitaria de un académico y las maneras de un diplomático, mientras que Moctezuma no era solamente un príncipe ascendido a rey, era un sacerdote-guerrero, refinado y docto. Ambos con sus luces y sombras fueron reflejo fiel de las civilizaciones que los gestaron. El fenómeno de la Conquista de México, se puede comprender a partir del encuentro de sus actores principales, porque por un lado, Cortés representa las contradicciones todas de la España qué transita entre el medioevo y el renacimiento, mientras que Moctezuma es el compendio ideológico del jerárquico orden precortesiano. 

Desde la visión española, todo es contradictorio, la conquista es a la vez una empresa privada y una hazaña nacional, Cortés -como El Cid al que tanto admiraba-, hace la guerra por su propia cuenta de espaldas a la autoridad, pero en nombre del Rey. Los españoles combaten desde nociones opuestas: por una parte, los intereses de la Monarquía contrapuestos a los individuales, por el otro lado las demandas de la Fe Verdadera, de frente a la necesidad de lucro. Cada español lleva una propia guerra interna en la que se debaten los intereses del feudalismo, de la Iglesia, de la Monarquía absoluta y del propio honor. Mientras que las instituciones que hacen a la Nueva España son deuda del medioevo, los descubrimientos y conquistas territoriales son empresas totalmente renacentistas. Cortés no es una repetición del guerrero medieval que lucha contra moros e infieles: es un aventurero. Abierto a lo desconocido, se adapta a las circunstancias y es capaz de fundar y crear a partir de lo que negocia. Es la visión de la España que fundamenta a Hispanoamérica, la que, a pesar de sus rígidas estructuras, cree en la universalidad. Así, aún cuando la España de los Reyes Católicos se hace desde las imposiciones de éstos sobre los reinos aledaños, de la misma forma que en Mesoamérica, el Imperio Mexica se impone al resto de las ciudades-estado, en ambos hemisferios, la religión aglutina, y en el Estado americano que Cortés funda, la religión -que es una estructura abierta- acoge a unos pueblos huérfanos, les permite participar de un nuevo orden, producto de una doble violencia, imperial y unitaria, pero que les incluye. Porque para Moctezuma, como para su pueblo, de esencia religiosa, la verdadera traición no viene ni de los taxcaltecas, ni de los nobles mexicas, ni siquiera de los españoles: son sus dioses los que los abandonan. Una cosmovisión basada en un sentido del tiempo cíclico, con un peso y tangibilidad que son ajenos a los españoles, que requiere de sacrificio humano para renovarse y que se constituye como algo con vida propia, no permite tomar a la ligera el fin de un ciclo cósmico, en el que los dioses se van porque su tiempo se ha acabado, porque la nueva era requiere sus nuevos dioses. La vida y la muerte en este contexto no son nada, de frente al final del tiempo. La victoria de la muerte en los acontecimientos de la conquista, son un signo de la pérdida de sentido para la sociedad prehispánica, de la pérdida de la conciencia de un destino. Moctezuma se escinde entre lo que él quisiera y lo que tiene que hacer, con el único consuelo de instar a Cortés a que dé continuidad a las estructuras existentes. Cuauhtémoc y sus guerreros mueren solos, abandonados de amigos, aliados, vasallos y dioses. En la absoluta orfandad.[19] 

Es por la fe católica inherente al proceso de la conquista que, aún en situación de profunda desigualdad, la terrible orfandad postcortesiana se ve solventada, tras romper los lazos con antiguas culturas, antiguas ciudades y antiguos dioses. Esa posibilidad de pertenecer a un orden vivo es lo que hace sui generi la adopción del catolicismo por los pueblos mesoamericanos acostumbrados de facto al traslape de símbolos religiosos, y lo que hace que se aglutinen tan rápidamente en favor de la conquista española, en un sistema religioso que, hasta el día de hoy, mantiene un vivo sincretismo de ambas culturas. Porque las culturas prehispánicas en el México actual, siguen vivas, de la misma forma que las instituciones, usos y costumbres de la España virreinal no se apartan mucho de las vigentes. Ese es el carácter más importante de aquella gesta de hace 500 años: la continuidad; a diferencia de la verdadera aniquilación y ruptura que se dio en otros territorios. Este es el verdadero acuerdo de Moctezuma y Cortés y el enorme legado que les debemos.

Por todo lo anterior -aunque es injustificable el posterior abuso de poder y el vasallaje del que fueron objeto las clases indias-, el orden virreinal, si bien no es un sistema de pensamiento original, permite el desarrollo político, económico y religioso de un pueblo que conservará su sitio en el Cosmos, y que a 100 años de la conquista se describirá ya como la Grandeza Mexicana[20]. Paradójicamente el talón de Aquiles de dicha sociedad será precisamente su inmovilidad, esa inmovilidad que le permite el orden creciente con el alto costo del ensimismamiento -el caso de la gran poetiza, Juana de Asbaje, será el ejemplo más claro de las respuestas de una sociedad con terror a la individualidad que se pronuncie frente a la paz de las generalidades concensuadas-, y que terminará por abrirse con el proyecto liberal que le depara a México a partir del siglo XIX, y que aún no se estabiliza[21]

Solamente desde esta lectura global, es que se puede comprender la importancia de las acciones individuales de Moctezuma y Cortés, y las consecuencias del encuentro que sostuvieron previo a la capitulación del Imperio Mexica, en quienes recayó el momento culminante de nuestra historia, y que pagarían con creces su posición protagónica: para Moctezuma una muerte indigna e injusta, con el fantasma de la cobardía y la traición en su memoria; para Cortés la envidia, la intriga, la falta de reconocimiento y el virtual exilio de las tierras conquistadas, con el peso de la leyenda negra a sus espaldas. Ninguno de los dos merecerá un monumento. En la reflexión actual, aunque profundamente injusto, carece de importancia; los mundos que definieron, siguen vivos, en una sociedad ecléctica, compleja y enigmática, que sigue maravillando a propios y extraños, y que sigue aún en busca de respuestas que le lleven a la comprensión de sí misma. 

Ese mundo-cosmos-enigma llamado México, es el legado de Moctezuma y Cortés.

  

 “Nuestra admiración al héroe, difícilmente nuestro cariño al conquistador”.

Manuel Orozco y Berra
Historia de la conquista de Mexico.[22]

“La historia podrá esclarecer el origen de muchos de nuestros fantasmas, pero no los disipará. Sólo nosotros podemos enfrentarnos a ellos. O dicho de otro modo: la historia nos ayuda a comprender ciertos rasgos de nuestro carácter, a condición de que seamos capaces de aislarlos y denunciarlos previamente. Nosotros somos los únicos que podemos contestar a las preguntas que nos hacen la realidad y nuestro propio ser”.

El laberinto de la soledad
Octavio Paz[23]

 

“Nuestro grito es una expresión de la voluntad mexicana de vivir cerrado al exterior, si, pero, sobre todo, cerrado al pasado. En ese grito condenamos nuestro origen y renegamos de nuestro hibri-dismo. La extraña permanencia de lo español -representado por Cortés, el chingón- y el mundo precortesiano – representados por Moctezuma, el cobarde; la Malinche, la chingada; y Cuauhtémoc, el huérfano- persisten en la imaginación y en la sensibilidad de los mexicanos actuales y se revelan como algo más que figuras históricas: son símbolos de un conflicto secreto, íntimo, que aún no hemos resuelto. Con ese grito, el mexicano condena en bloque toda su tradición, que es el conjunto de gestos actitudes y tendencias en lo que ya es difícil distinguir lo español de lo indio -de lo norteamericano, de lo judío, de lo francés, de lo alemán, de lo oriental-, por eso ni las tesis indigenistas, ni las hispanistas nos definen … a fuerza de negación el mexicano acaba siendo hijo de nadie … es pasmoso que un país con un pasado tan vivo, profundamente tradicional, consciente de sus hondas raíces, rico en antigüedad legendaria, se pueda concebir como negación de su origen … es necesario trascender esa soledad. Mientras tanto: ¡Viva Mexico, hijos de la chingada!

Parafraseó del Laberinto de la Soledad, de Octavio Paz[24]


[1] Somerlott, Robert. La muerte del Quinto Sol. Editorial Roca, Colección Novela Histórica. México, 1991. P334. 

[2] Paz, Octavio. El laberinto de la Soledad. Editorial del Fondo de Cultura Económica. Colección Popular. México, 1999. P114.

[3] Krauze, Enrique. De héroes y mitos. Editorial Tusquetes, Colección Andanzas. México, 2010. P63. En este lúcido ensayo, Krauze hace un análisis comparativo de los relatos de William H. Prescott y Hugh Thomas, dos de las investigaciones ilustradas, más documentadas y vívidas de la epopeya de la Conquista de México -a partir de las fuentes originales de Bernal Diaz del Castillo, Andrés de Tapia, Diego Durán, o las mismas Cartas de Relación de Cortés y los documentos de Juicio de Residencia llevado a cabo en contra del conquistador-, referente obligado de las historias noveladas y otros ensayos de la actualidad. La cita es de Thomas, quien tiene más en cuenta los porqués en su versión particular de este periodo histórico.

[4] García Martinez, Bernardo. La creación de la Nueva España. Parte I: 1519-1549. La irrupción de los conquistadores. Ensayo para la Historia General de México. Obra preparada por el Centro de Estudios Históricos del Colegio de México. Versión 2000. Editorial del Colegio de México. México, 2000. P239. 

[5] Paz, Octavio. Op. Cit. PP101-102.

[6] Vélez, Ivan. El mito de Cortés: De héroe universal a icono de la Leyenda Negra. Editorial Encuentro, Colección Nuevo Ensayo No. 12. Con la participación de la Facultad de Filosofía de León, Mexico, la Fundación Gustavo Bueno y el Instituto Oviedo de León, Mexico. Madrid, 2017. P244. 

[7] García Martínez, Bernardo. Op.Cit. P240.

[8] Vélez, Ivan. Op. Cit. PP238-301. El discurso de Vélez es precisamente la investigación detallada para la destrucción documental precisa de los mitos que han acompañado la historia de la Conquista de México, y que entorpecen la interpretación del sentido más apegado a tan importante gesta. Particularmente alude a la leyenda negra de Cortés, que es sumamente debatible a la luz de los argumentos documentales por el autor presentados.

[9] Krauze, Enrique. Op. Cit. P66.

[10] Ibid. P69.

[11] Paz, Octavio. Op. Cit. P104-106. No son palabras textuales de Paz, pero en el análisis al fenómeno de la conquista da muchas claves para conjeturarlo de dicha forma. Moctezuma parece saber, por intuición, confirmada desde sus conocimientos cosmogónicos que, aquello que se les presentaba era no negociable y constituía en sí mismo, el final de una era, de una realidad como era conocida.

[12] Krauze, Enrique. Op. Cit. P67. Para este tema en particular, Krauze también recurre a un pensamiento vertido por Thomas, en el que el autor inglés llega a la conjetura de que, el caso del Impero Mexica podría, en otras circunstancias, haberse equiparado quizá, con el Japón Meiji.

[13] Somerlott, Robert. Op. Cit. PP339-340. El pasaje novelado es rico en detalles visuales. Somerlott tiene como principal fuente a Prescott y a Thomas, que a su vez se basa en el imprescindible Durán. El pasaje esta bien documentado, y se detiene a describir elocuentemente -con la emoción que debió despertar en el público presente- el momento mismo en que Moctezuma y Cortés –en medio del silencio sepulcral y la falta total de viento-, por fin se encuentran cara a cara. La voz original de la novela de Somerlott es de Doña Marina o Malintzin, la intérprete de Cortes. Se ha omitido la voz para recrear el entorno desde un observador neutro.

[14] Vélez, Ivan. PP292-293. Referido desde la versión de la conquista narrada por Antonio de Solís.

[15] Achache, Carole. La india de Cortés. Editorial de Fondo de Cultura Económica, Colección Tierra Firme. México, 2004. PP206-208. Achache también hace una bellamente descrita novela de la conquista, desde la voz femenina, con la voz femenina del personaje de Malintzin. Las fuentes de Achache también son Prescott y Thomas, pero con gran influencia de Bernal Díaz del Castillo. El muy interesante énfasis en la novela de Achache, está en el análisis de las diferentes cosmogonías de los personajes y en el intenso intercambio simbólico y diplomático previo al encuentro, donde Malintzin como intérprete de dos culturas debió haber tenido un rol mucho más importante del que generalmente le es atribuido. 

[16] Krauze, Enrique. Op. Cit. P69.

[17] Ibid. P68.

[18] García Martínez, Bernardo. Op. Cit. P242.

[19] Paz, Octavio. Op. Cit. PP98-127. Este párrafo tiene su sustento en las disertaciones que sobre la Conquista y el Virreinato hace el autor. Los vocablos colonia y azteca han sido sustituidos por vierreinato y mexica, de acuerdo a la doxa contemporánea.  

[20] Ibid. P109. Citando la obra de Balbuena, editada en 1604.

[21] Ibidem. Op. Cit. PP121-122.

[22] Krauze, Enrique. Op. Cit. P72.

[23] Paz, Octavio. Op. Cit. P81.

[24] Ibid. PP94-97.

NOTAS
COLABORADORES


El Encuentro:
Aproximaciones a la Figura de Hernán Cortés


Con agradecimiento especial para:
Colección Instituto Oviedo
Colección de Mi Museo Universitario de la Universidad de La Salle Bajío.

Con agradecimiento especial al auspicio de:
Instituto Oviedo: Manuel Tello Sánchez, Asociado Adjunto.
Museo Iconográfico del Quijote: Onofre Sánchez Menchero, Director.
Instituto de Cultura del Estado de Guanajuato. Adriana Camarena De Obeso, Directora.
Mi Museo Universitario de la Universidad de La Salle Bajío: Mary Carmen Aranda Muñiz, Directora.

Curaduría: Grisell Villasana Ramos
Logística y planeación: Paola Rebollo para Centro Cultural Sor Juana
Museografía: Grisell Villasana Ramos, Rodrigo Quiñones para museografía MIQ.
Textos: Grisell Villasana Ramos, Rodrigo Quiñones
Traducción al inglés: Alejandra Ugalde Chico

Colaboradores:
Administración de proyecto: Eduardo Rivero Orendain para el Instituto Oviedo
Embalaje: Eduardo Hernández Jaime, Verónica Plazola Bustos, Magnolia Victoria Hernández Delgado
Traslados: David Pérez-Aznar para PME
Maniobras y montaje: Oscar Roberto Rico Martínez, Roberto Carlos Varela Santana para PME
Montaje: Museografía MIQ

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