El Arte como Producto de Consumo
Entrevista

El Arte como Producto de Consumo

Alternativas de León, 2002.

Entrevista con Grisel Villasana Ramos

 

¿El arte es un producto de mercado? ¿por qué?

Sí. Aunque la definición de “producto de mercado” se esté moviendo y expandiendo en un sistema económico que se fractura como todo esquema moderno de la realidad contemporánea. Es un producto de mercado en el sentido de ser susceptible venderse o comprarse. La parte interesante las dinámicas que han cambiado en los últimos años: el consumo de objetos está siendo desbancado por el consumo de experiencias y esto tiene repercusiones amplias en lo modos de producción, “mercadeo” y adquisición de arte. El concepto mismo de arte se ha expandido y trasladado (o por lo menos el de “experiencia estética”. Pero ese es otro tema…). Sigue siendo una mercancía, mas no de la manera en que lo hemos entendido por los últimos 100 años.

 

¿Cómo funciona el mercado del arte?
Se observa que las reglas del juego han cambiado mucho en la última década…

En efecto. El circuito de distribución que el mercado de arte había manejado durante todo el siglo pasado –por más que queramos romanticismo- se parecía mucho al de cualquier producto: productor (artista), distribuidor (galero), avales de calidad (instituciones, bienales y críticos), centros de distribución (galerías, ferias, casas de subasta), consumidor (instituciones y coleccionistas). Ese sistema institucionalizado se repite desde las primeras galerías francesas del siglo XIX y permanece más o menos igual hasta hace unos años –porque aún las anti-institucionalidades de la década del sesentadel siglo pasado caen en este mismo esquema económico y…lo potencian: todos los museos que se precien tienen su “lata de mierda” o un sucedáneo adquirido a un precio nada razonable-, pero desde finales del siglo XX se abren dos puertas que previamente no existen: la cultura del espectáculo y los videojuegos y las redes sociales. Esto cambia por completo dos cuestiones fundamentales en el sistema previo, por un lado ya no es suficiente con “ver una pieza”, -la inmanencia y el ámbito son cruciales- por lo que surge la figura del curador como hacedor de discursos y “experiencias” que le den sentido a las piezas, y por el otro ¿para qué se requiere un galero a ultranza si puedo accesar páginas autorizadas y últimas novedades desde internet y localizar a mi artista favorito en directo por medio de Facebook? El sistema del arte como lo conocíamos, cae en picada. No va a desaparecer…pero tendrá que replantear todas sus certezas.

 

¿Qué hace una galería actualmente? ¿Y qué no debe de hacer... mientras se quiera ofrecer como galería de arte?

Vuelvo a la cuestión clave: el término “galería de arte” parece no poder ser tan elástico en los tiempos que vivimos, por eso vemos cada vez más palabras como “espacio”, “taller”, “salón” o inclusive “restaurante” y “bar” o simplemente “colectivo” y “consultoría”. La galería era un “centro de distribución autorizado”, donde la autoridad la brindaba el sistema internacional y el discurso dominante. El problema ahora es la ausencia de un discurso dominante y el cambio radical en los parámetros de recepción artística que devienen de la cultura del espectáculo. Lo peor que puede hacer un espacio de este tipo es colgar cuadros en la pared, muchas galerías de renombre internacional están cayendo por su propio peso –institucional-. Lo mejor que puede hacer es ofrecer una experiencia rica, lúdica, con múltiples capas de interpretación, esto implica cruces multidisciplinarios entre diferentes bienes simbólicos. Lo que un espacio de arte “vende” no son las piezas, es todo el paquete de memoria y experiencia que (re)presentan las piezas… en el sentido más amplio, los galeristas deben (re)signarse.

 

¿ Cuál es la relación actual de artista - galerista - crítico - consumidor?

Es más compleja que eso…El artista es al mismo tiempo su propio gestor y representante, y no es que quiera, es que tiene que hacerlo. La mayoría de los proyectos en los que estará involucrado serán multidisciplinarios y estas colaboraciones le requieren de forma personal, ¿cómo podría tomar decisiones creativas o sobre grados de intervención un representante? Por otro lado artistas y curadores trabajan de la mano en proyectos para los que ambos llegan a consenso a favor de un discurso que es más poderoso que los dos, lo que implica que el curador más de una vez intervenga en la obra del artista y que el artista proponga alternativas no visualizadas previamente para una exposición. Por otro lado la crítica se centra ahora en la pertinencia de los discursos, más que en los quehaceres, y casi siempre dirige su cuchilla hacia los curadores más que a los artistas o las instituciones, mientras que las instituciones como museos y bienales se ven obligados a ceder el poder a artistas y curadores en el afán de seguir teniendo discursos que sean de verdadero interés a sus públicos…y de sus patronos. Todas estas formas híbridas tienen un solo sentido: vender “arte” es mucho, mucho más complejo que “me gusta, me lo llevo” y las ganancias no son solamente “comisiones” por la venta de un objeto porque las compras son realizadas con base en una multiplicidad de motivaciones que van desde las netamente decorativas –sí, decorativas, y perfectamente válidas-, hasta identitarias e históricas o profundamente sociales. Las instituciones y los coleccionistas tienen los móviles de curadores de su propio discurso e identidad. También es por ello que la carga semiótica de los objetos de arte popular, diseño, arte visual, mass media, o inclusive, arquitectura, se ha equiparado y las revisiones de estos materiales en sus cruces es uno de los discursos de más interés público en la actualidad, y son los rubros de más éxito económico en el nuevo mercado del arte.

 

¿Es posible hablar de artista creador y artista consumidor?

Por supuesto. Hablando de historia del arte, en un principio –Renacimiento y siglos subsecuentes- el énfasis del sentido estuvo en el artista y sus intenciones y la admiración hacia éste, después –para las vanguardias y el arte del siglo XX- en el manifiesto de grupo y las leyes intrínsecas de la obra y la posibilidad de una adhesión a esos grupos intelectuales, hoy no existe el momento estético sin el intérprete. La batuta en este concierto la tiene el espectador en su hermenéutica cuando cierra el ciclo y le da sentido a una pieza. El único objetivo que permanece es el movere retórico. Si yo entro a una sala con una postura sobre de mí o de mi realidad y cuando salgo la he cambiado o por lo menos soy consciente del lugar desde donde tomo esa postura…sólo entonces tiene sentido para mí. Así, podré comprarte la idea y probablemente un proyecto o una pieza. No es que el esquema previo deje de existir de la noche a la mañana, pero seguramente dará cada vez menos resultados, sencillamente porque ya es obsoleto.

 

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